lunes, 18 de junio de 2012


Cómo volver a casa en 2 horas cuando debería haber tardado 40 minutos


Así.


Primero contextualicemos la noche: Una típica otoñal, una noche de frío húmedo y gris. 9º marcaba el termómetro (de una radio encendida en un puesto de diarios fluía la información). Una noche en la cual me encontraba en Retiro, con el deseo de tomarme un tren que me dejase minutos después a 3 cuadras de casa, donde me esperaba comida, calor y descanso. Faltaba que llegaran 2 trenes con destino a Jose León Suárez para que llegara el Mitre. Esperé caminando, dando pasos muy veloces porque no podía quedarme quieto. Cuando entré en calor me quedé esperando detrás de 3 líneas amarillas al tren. Me divertía pensando que a un costado ya tenía un tren estacionado, entonces por simple comparación terminé esperando detrás de las 3 líneas amarillas que me indicaban la 1º puerta.


El tren se asomó, se veía la luz amarilla del farol encendido. Se fue haciendo más grande, hasta que noté que era uno de los trenes más "nuevos", con vidrios polarizados, con más asientos, con aire acondicionado,  con puertas automáticas... y con un vagón más... por lo cual caminé un vagón por adentro antes de -finalmente- sentarme.
Fue agradable sentir que dentro del tren había calefacción, ahora podía tener lapsos de calor que empezarían cuando cerraran las puertas para arrancar. Así sucedió. El tren cerró sus puertas, empezó a andar y el calor me abrigó. Eran muy pocos los pasajeros que viajaban conmigo. Apreciaba el silencio, sentía el cansancio de la gente y el mio como si fuera una sábana trasparente que nos cubría a todos. Mi cabeza descansaba en el vidrio polarizado, que no me dejaba ver hacia afuera, así que cerré los ojos con intensiones de descansar la vista pero a su vez no sucumbir al sueño que me deje en cualquier estación menos en la que me tenía que bajar.
Llegando a 3 de febrero los volví a abrir y noté que el tren empezó a frenar mucho antes que lo habitual, con movimientos bruscos. La extrañeza fue instantánea. El tren quedó quieto. Si bien las puertas estaban se abrieron, la incertidumbre que se reflejaba en las caras, gestos y cuerpos de los pasajeros -me incluyo- era cada vez más notable y simbiótica. Minutos después se asomó el conductor, cruzó todo el vagón y se perdió de vista hablando acaloradamente por un handy... Al instante escucho la palabra humo que dijo algún pasajero. Suelta, sólo escuché humo.


Me bajé del tren cuando un digno pasajero comunicó al resto del vagón que el tren no iba a seguir su recorrido.  Yo no estaba ubicado, tampoco me preocupaba estarlo. Sólo repasé las opciones que se dispararon casi automáticamente (si tengo una estación de subte cerca, si camino hasta algún colectivo, si me acerco en un taxi para conectar con un colectivo... o si espero que el azar me bendiga con un buen técnico de trenes a bordo). Bueno, esto último no sucedió.


El tren quedó frenado porque del último vagón se activó un mecanismo que frena al tren completo cuando está descompuesto, por ese motivo el tren no podía arrancar. Aún no se si ponerme contento o ponerme a llorar. Pero algo que sí tenía ganas de hacer era ver con mis propios ojos cómo solucionaban el problema.
No fueron muy eficaces en cuanto a la maquinaria... Al ser el andén de 3 de febrero uno central, TBA resolvió que el próximo tren a Suárez vaya por el carril opuesto. Es decir coincidieron dos trenes -el roto a Mitre y el otro a Suárez- uno al lado del otro con el mismo sentido de viaje. Me subí al Suárez dispuesto a bajarme en la estación siguiente (Carranza) para combinar con un colectivo y concluir mi regreso a casa.
En este segundo viaje no me acompañó el silencio, muchos pasajeros conversaban y un músico interpretaba un blues de Pappo. Cuando el tren llegó a la estación y se abrieron las puertas, me volví a encontrar con signos de interrogación plasmados en los rostros de quienes esperaban en el andén, claro. Nadie entendía que en definitiva se iban a subir a un tren que los iba a llevar a cualquier lado.


Detrás de mi había un guardia de TBA quien explicaría hacia donde iba a ir el tren realmente. Pero bajé primero yo, y bajé cantando a viva voz "Me dijeron que en el reino del revés nada el pájaro y vuela el pez", satisfecho porque no hubo nada que lamentar y porque mientras me alejaba del tren escuché risas que hicieron eco desde el andén.